29 de agosto de 2010

Barriga


Llevo meses en una de esas etapas de la vida muy productivas, en las que uno dedica mucho tiempo al trabajo esperando obtener resultados a corto o medio plazo.

Consecuentemente, llevo unos meses pegado al ordenador muchas horas y, cuando aprovecho para salir, me convierto ante mis amigos en un auténtico pelmazo que sólo sabe hablar de Medicina.

Tanto sedentarismo ha hecho que, las últimas veces que me miraba en el espejo, comenzara a notarme cómo me iba abultando cada vez más la barriga.

-Esto no es nada -pensé. Nada que no pueda solucionar dentro de un tiempo cuando vuelva al gimnasio.

Hace unos días, me encontré con una amiga. Después de charlar un rato, me di cuenta de que no me miraba a los ojos.

-Disculpa, ¿qué estás mirando?
-Estás echando barriguita, ¿eh? ¡Cómo se te nota la vida de soltero!

Mañana por la tarde me apunto de nuevo a la piscina. Palabra. Dichoso mundo en el que es más importante el aspecto físico que el trabajo realizado.

25 de agosto de 2010

El eslabón perdido


Tengo amigos estupendos, de veintimuchos años, que antes se fumaban un par de cigarrillos diarios, coincidiendo con los momentos de diversión, pero que ahora fuman un paquete diario, haciendo cualquier cosa por un cigarro.

Tengo amigos estupendos, de treintaypocos años, con los que tomaba cerveza cuando antes salíamos por ahí, y que ahora se beben cuatro cubatas entre semana porque tomarse sólo uno les sabe a poco.

Veo en la consulta todos los días a pacientes de cincuenta años, con manchas en el pulmón y tumores en la laringe; con cirrosis descompasadas y aliento que huele a alcohol; con mal estado de salud.

Me da miedo pensar que mis amigos y mis pacientes sean las mismas personas, en diferentes momentos de sus vidas. Por eso, suelo animar a mis amigos a dejar de fumar y a beber menos. Tengo muy poco éxito.

Me falta un eslabón en mi cadena; no sé que ocurre durante la década de los cuarenta años. Ojalá ese eslabón que me falta no sirva para unir a mis amigos con mis pacientes. Por favor, que no sea así.

Foto: Extraño cenicero con forma de tráquea, bronquios y pulmones.

22 de agosto de 2010

¿Te apetece un café? Tres preguntas sobre tu sala de espera


Las primeras prácticas que hice de estudiante fueron las de Ginecología.

Aún recuerdo lo impactante que me resultaban aquellas consultas: mujeres que, tras unas preguntas, eran invitadas a desnudarse de cintura para abajo para sentarse en el potro de exploración, con las piernas separadas y sin poder apoyar el trasero, exponiendo su genitalidad a varios desconocidos y recibiendo en esta posición desagradables exploraciones que se continuaban con peores diagnósticos: "parece que alguien te ha contagiado algo", "creemos que tu feto no está todo lo bien que debería", "tienes una lesión ahí de la que te vamos a tomar una biopsia".

En aquel equipo de ginecólogos, había excelentes profesionales que ayudaban a que este difícil trago fuera más llevadero. Sin embargo, todo aquello me resultaba tan impresionante, que a menudo les contaba a mis compañeros de cursos inferiores lo mal que lo pasaban las pacientes allí. Un día, una amiga me dijo:

-Para mí, el ginecólogo es una experiencia tan horrible que nunca voy al de la Seguridad Social. Visito a uno privado, donde el trato es diferente. Estoy sola en la sala de espera, que no tiene sillas de plástico, sino cómodos sillones. La auxiliar siempre me sonríe, se sabe mi nombre de pila y me ofrece un café.

De lo que no se daba cuenta mi amiga era de que el acto médico que le ofrecía su ginecólogo privado consistía en casi lo mismo que el acto de la Seguridad Social. Su ginecólogo le invitaba a café, sí, pero en su visita seguían existiendo el potro, el pico de pato y las malas noticias.

La moraleja de esta historia es que la sala de espera del médico es un lugar muy importante, al que los médicos apenas le prestamos atención, y que influye mucho sobre la experiencia del usuario de los servicios de salud. Estoy interesado en mejorar las vivencias de mis pacientes, pero creo que el secreto del éxito no se esconde en ofrecer café gratis en las salas de espera ni tampoco en instalar mullidos sillones. En llamar a los pacientes por su nombre propio, quizás sí. Y también en reflexionar un poco acerca de cómo tratamos a los pacientes en este lugar, en el que no solemos pensar.

Os dejo con tres preguntas para que os planteéis si os apetece:

1º ¿Por qué dejamos que coincidan en la sala de espera varios pacientes con cáncer? Si uno de ellos está muy deteriorado, ¿qué piensa en ese momento el que aún continúa bien e incluso con posibilidades de curación? ¿Tendrá ese hombre la misma enfermedad que yo? ¿Acabaré yo como él?

2º Si sabemos que un niño que grita y llora en la consulta contagiará de su miedo a otros niños que lo escuchen desde la sala de espera, ¿por qué situamos las salas de espera tan cercanas a las consultas? ¿Por qué dejamos que a tan temprana edad asocien la consulta del médico al dolor y a la enfermedad?

3º ¿Por qué a estas alturas aún nos extraña que recibamos a algunos pacientes de Urgencias muy agresivos, cuando los hemos puesto a esperar en una sala llena de personas ansiosas y con dolor e incluso algunos muy cercanos a la muerte?

Foto: El café de esta mañana de domingo.

19 de agosto de 2010

Doctor Google


No sé si habréis visto ese anuncio en la tele en el que una empresa se hace publicidad diciendo que en su servicio de ayuda telefónica serás atendido por teleoperadores de carne y hueso, y no por robots.

Cuando lo vi, me di cuenta de que ya vivíamos en ese futuro robotizado que pronosticaban las películas del siglo XX. No entiendo el anuncio porque en mi caso, siempre que me ha atendido telefónicamente un robot, ha comprendido lo que le quería decir a la primera y siempre me ha dado la información que estaba buscando y una solución a mi problema.

Pronto pensé en si un médico robot, que reconociera datos claves durante una entrevista clínica, podría tener ventajas sobre un médico humano. Seguramente fuera así: podría recordar miles de diagnósticos, aplicar complicados algoritmos, operar precisamente y registrar simultáneamente los datos de todos sus pacientes para realizar estudios multivariables de tamaños colosales. Menos mal que pensamos que los robots son entes sin sentimientos incapaces de consolar a los pacientes en los momentos más bajos, que si no fuera así, los médicos humanos no tardaríamos en ser sustituidos.

Para comprobar cómo estaba el nivel de Medicina del robot más grande que conozco, Google, se me ocurrió hacerle un pequeño examen para ver cuánto sabía y cuando dejaba de saber a día de hoy. Elegí tres consultas clásicas de Otorrinolaringología y las introduje en el buscador.

1º Google, "me duelen los oídos y me siento dentro el agua de la piscina". Y Google me derivó a un foro donde me diagnosticaron una infección de oídos, quizás lo más probable, pero me recomendaron ir farmacia para que comprara por mi cuenta "gotas para el oído que contengan antiinflamatorio, analgésico y antibiótico". Espero que ningún farmacéutico despache a un paciente que demande sin receta estas gotas en su farmacia.

2º Google, "estoy sangrando por la nariz y me duele mucho la cabeza". Y Google me envió a una página donde me dijeron que debía hacerme compresión directa, elevar la cabeza y, en caso de no ceder,hacerme un torniquete (espero que a nadie le de por hacérselo al cuello). En ninguno de los diez primeros resultados a Google se le ocurrió que podría tener una crisis hipertensiva, pero sí apuntó a la posibilidad de tener hipotiroidismo o incluso a que quizás estuviera embarazado.

3º Google, "llevo ronco varios meses y cada vez estoy peor". Y Google, sin haberme mirado la garganta, me diagnosticó nódulos vocales. Es un diagnóstico posible, pero desde luego no descartó que tuviera un cáncer de laringe en lo que, ante una disfonía de más de dos semanas, cualquier médico debe pensar.

Después de estos tres ejemplos, creo que mi trabajo como médico aún no corre peligro: Google suspende mi examen de Otorrinolaringología.

14 de agosto de 2010

El regalo de Takahito


Después de pasar ocho días en Portugal, abro la puerta de mi casa preguntándome si Takahito, el japonés con el que llevo viviendo un par de meses, se habrá acordado de regar las plantas todos los días, como le dije.

La casa se encuentra en buen estado, pero llena de japoneses con kimono, que me miran interrogantemente, sin comprender quién soy yo ni por qué tengo una llave de ese piso. Sorprendido, saco la llave inglesa del cajón de las herramientas; no sé qué hace toda esa gente en mi casa y quizás tenga que defenderme de alguna manera.

Conforme me voy acercando a mi dormitorio, siento cómo un cada vez más intenso y dulzón olor a hachís sale por debajo de mi puerta. Llego al patio y las plantas están muy bien; Takahito las ha regado, pero el agua del jacuzzi del patio está hecha una porquería.

Por fin veo a Takahito, se acerca a mí tambaleándose: está colocado. Comienzo a gritarle que qué ha estado haciendo en mi casa durante mi ausencia. Mi inquilino se hace el ofendido y le pido que haga sus maletas y se vaya.

Mientras vigilo como empaqueta, tres japonesas y un japonés, entran desnudos a mi jacuzzi y, al más puro estilo "Memorias de una geisha", me invitan a unirme a ellos. Declino su invitación, indicándoles dónde pueden encontrar baños económicos en mi ciudad y, mientras lo hago, caigo en la cuenta de que yo nunca he tenido un jacuzzi en mi patio.

-El jacuzzi es un regalo de Takahito -responde una japonesa desde su baño de burbujas, como si pudiera leerme el pensamiento. Con el dinero que ha ganado tras organizar fiestas diarias "de carácter sexual" en tu casa, también te ha regalado un kilo de hachís y otro de opio, para que te los fumes tranquilamente.

Me despierto en un hotel del centro de Lisboa. Se terminan las vacaciones, me toca volver a la rutina. Mientras hago la maleta, ruego ya no sólo por que Takahito me haya regado las macetas, sino también por que no haya realizado orgías orientales en casa.

12 de agosto de 2010

Reflexiones sobre las evaluaciones de MIRes


-¿Cómo lo estoy haciendo? -me pregunté.

Acabo de traspasar el ecuador de mi residencia y siento una gran necesidad de saber en qué aspectos de ella estoy cumpliendo los objetivos y en cuáles no doy la talla. Así que me levanté de mi toalla y comencé a dar un paseo por las playas del Algarve portugués para reflexionar.

Pronto llegué a la conclusión de que necesito un punto de vista externo que me evalúe en la residencia. Los que trabajáis en lugares relacionados con la salud sabréis que todos los años en el mes de abril se cumplimenta un formulario que intenta valorar de forma objetiva los resultados derivados del trabajo de cada médico residente; a mí ese formulario me sirve para poco.

En él, se recogen una serie de ítems que, de haber sido cumplidos, suben la puntuación del residente evaluado. Por ejemplo, haber publicado un artículo suma 0,2; preparar una sesión clínica, 0,1. El resultado de la evaluación es un número concreto e imparcial, pero completamente inútil.

Así pues, si tengo un 7 sobre 10, ¿debo centrar mi esfuerzo en escribir más artículos y así seré mejor médico? Si tengo un 10 sobre 10, ¿significa que ya soy un médico perfecto y que no tengo que cambiar nada en mi praxis? Si tengo un 0 sobre 10, ¿es que mi trabajo no ha sido nada fructuoso? ¿Cómo se califican la actualización y la aplicación a la práctica de mis conocimientos teóricos? ¿Cómo puedo objetivar en esta evaluación si los pacientes se quedan reconfortados tras haber sido atendidos por mí o si por el contrario salen indignados de la consulta?

Por motivos como los anteriores, parece que carece de sentido evaluar a un médico con una nota numérica. Es preciso un informe individualizado, realizado por alguien que siga de cerca los pasos del residente, que permita identificar a cada uno sus fallos de un modo más concreto. En este sentido, la existencia de la figura de un tutor de residentes es, afortunadamente, vital al ser una referencia importante para mí; pero el sistema actual implantado para todos los MIRes, que resume el resultado en "No apto, Apto, Destacado y Excelente" se me queda pequeño.

-Alto ahí, Emilienko -dice alguien. Pero esos informes personalizados no numéricos tendrían una trampa: al carecer de elementos de comparación, no te permiten diferenciar a un médico de otro; al bueno del malo.
-Creo que en la trampa has caído tú. El médico bueno no tiene por qué ser el que más puntúe en su evaluación anual. Y, además, creo que las comparaciones entre médicos tienen más inconvenientes que ventajas.

Fred Lee, en su libro "If Disney ran your Hospital", hace algunas reflexiones sobre lo dañinas que pueden resultar estas evaluaciones comparativas entre los profesionales sanitarios:

Si un compañero obtiene más puntuación que tú en la evaluación, pero crees que su praxis es peor que la tuya, ¿te sientes motivado por continuar mejorando o por el contrario te vuelves desmotivado? ¿Tu trabajo sigue entusiasmándote o comienza a quemarte? Tu esfuerzo por puntuar más, ¿lo haces para mejorar los resultados colectivos (que sería lo deseable) o sólo tratas de competir contra los demás para demostrar tu valía sobre la de los otros? ¿Dónde queda en este último caso el tan necesario trabajo en equipo que debe producirse entre médicos?

Foto: Las aguas de la playa del Algarve durante mi paseo.

7 de agosto de 2010

Cuarta vuelta al Hotel del Infinito (2)


Éstas son las dos soluciones que proponemos Jorge y yo para solucionar la tercera parte del problema del Hotel del Infinito: cómo hacer sitio en un hotel con infinitas habitaciones, todas ellas ocupadas a infinitos autobuses de turistas con infinitos turistas dentro de cada uno de ellos.

LA SOLUCIÓN DE JORGE

Numeremos los autobuses con números primos del siguiente modo:

Autobús 1: 2.
Autobús 2: 3.
Autobús 3: 5.
Autobús 4: 7.
Autobús 5: 11.

Entremos en cada autobús y demos un número a cada pasajero de forma que ése número sea una potencia cuya base es el número del autobús y el exponente es un número impar, así:

Autobús 1: 2^1, 2^3, 2^5,… (= 2, 8, 32,…).
Autobús 2: 3^1, 3^3, 3^5,… (= 3, 27, 243,…).
Autobús 3: 5^1, 5^3, 5^5,… (= 5, 125, 3125,…).
Autobús 4: 7 ^1, 7^3, 7^5,… (= 7, 343, 16807,…).
Autobús 5: 11^1, 11^3, 11^5,… (=11, 1331, 161051,…).

Hagamos sitio en el hotel. Deben cambiarse de habitación todos los que estén en habitaciones que sean un número primo o una potencia de base un número primo (por ejemplo 2^1, 3^5, 7^6,… (=2, 243, 117649,…)) y cambiarse a la habitación que es el cuadrado de su número (en el ejemplo 4, 59049, 13841287201,…). En este ejemplo, 7^6 debe cambiarse también para hacerle hueco al antiguo huésped 7^3 cuando se eleve al cuadrado ((7^3)^2 = 7^6).

Este método hace que se liberen sólo las habitaciones que van a ser ocupadas por los turistas de los autobuses y las que se necesitan para trasladar a los que ya residían en el hotel, quedando el hotel de nuevo completamente lleno.

LA SOLUCIÓN DE EMILIENKO

Numeremos también los autobuses con números primos:

Autobús 1: 2.
Autobús 2: 3.
Autobús 3: 5.
Autobús 4: 7.
Autobús 5: 11.

Entremos en cada autobús y demos un número a cada pasajero de forma que ése número sea una potencia cuya base es el número del autobús y el exponente es un número natural (par o impar), así:

Autobús 1: 2^1, 2^2, 2^3,… (= 2, 4, 8,…).
Autobús 2: 3^1, 3^2, 3^3,… (= 3, 9, 27,…).
Autobús 3: 5^1, 5^2, 5^3,… (= 5, 25, 125,…).
Autobús 4: 7 ^1, 7^2, 7^3,… (= 7, 49, 343,…).
Autobús 5: 11^1, 11^2, 11^3,… (=11, 121, 1331,…).

Hagamos sitio en el hotel. Saquemos a todo el mundo de sus habitaciones y hagamos que se trasladen a la habitación cuyo número se obtiene tras multiplicar por 6 su número de habitación: el 1 a la 6; el 2, a la 12; el 3, a la 18;... De entrada, nadie va a una habitación que esté llena. Por otro lado, los turistas de los autobuses, no pueden recibir números que sean divisibles por seis (para ser divisible por seis hay que ser divisible por dos y por tres a la vez y las potencias de base número primo no pueden tener esa propiedad).

-Pero tu solución es menos elegante -me dijo Jorge.
-¿Por qué?
-Porque dejas habitaciones vacías. La habitación número 1, por ejemplo, se queda sin nadie. Las siguientes son la 10, la 14, la 15, 20, 21, 22, 26, 28,… conforme vas avanzando por el pasillo la densidad de habitaciones libres es mayor. Además, con tu sistema, tú necesitas mudar a todos tus hospedados y yo no.
-No estoy de acuerdo. Yo tengo que mudar a todos mis hospedados, de acuerdo, pero tú, aunque no los cambies a todos, también acabas trasladando a infinitas personas. Además, con mi solución, no sólo he conseguido hacer sitio a infinitos autobuses con infinitos turistas cada uno en un hotel que ya tenía infinitos ocupantes, sino que, además, he dejado libres infinitas habitaciones. Por si hubiera algún imprevisto…

Adoro las conversaciones de las noches de verano.

Foto: "Trap/starircase" de Gerald Stolk.

3 de agosto de 2010

Cuarta vuelta al Hotel del Infinito (1)


Era la una de la mañana y Jorge y yo estábamos tomando un refresco disfrutando del calor del mes de julio en nuestra capital. Aunque a esas horas lo más adecuado parece ponerse a ligar, ligar es aburrido y siempre lo mismo; así que nos quedamos hablando de Matemáticas, que a esas horas resulta estimulante.

-Oye, Jorge. Siempre se me olvida, ¿cómo se resolvía la tercera parte de la paradoja del Hotel del Infinito?

El Hotel del Infinito es un delicioso problema en tres partes ideado por el matemático alemán David Hilbert que dice así: "Érase una vez en la que decidieron construir el hotel más grande del mundo. Era tan grande, tan grande, que en el hotel había infinitas habitaciones. Su construcción fue una difícil tarea, pero consiguió terminarse."

PARTE UNO

Un día, se encontraban todas las habitaciones ocupadas. Entonces llegó a la recepción un nuevo huésped, pidiendo una habitación para él. Aunque al principio, el recepcionista le dijo que el hotel estaba lleno, más tarde se le ocurrió una estratagema para conseguir alojarlo. Cogió el sistema de megafonía y pidió a todos los inquilinos que se trasladaran a la habitación superior: el que estaba en la habitación 1 debía pasar a la 2; el que estaba en la 2, a la 3; el que estaba en la 3 a la 4. En resumen, el huésped de la habitación "n" pasaba a la habitación "n+1". Con este sistema, se consiguió liberar la habitación 1, que es donde se hospedó este último en llegar.

PARTE DOS

Todo se complicó al día siguiente cuando, estando el hotel de nuevo completamente lleno, llegó a la recepción un autobús que dentro transportaba a infinitos turistas. El método aplicado el día anterior no funcionaba, pero el recepcionista tuvo una idea feliz. Cogió de nuevo el micrófono y pidió a cada uno de los alojados que multiplicara por 2 su número de habitación y se trasladaran a la habitación cuyo número fuera el resultado de la multiplicación. Así, el número 1 se cambió a la habitación 2; el 2, a la 4; el 3, a la 6 y en definitiva el "n" a la "2n". De este modo, consiguió dejar vacías todas las habitaciones impares. Como el número de habitaciones impares es infinito, allí alojó a todos los turistas del autobús.

PARTE TRES

La catástrofe ocurrió al tercer día cuando el recepcionista, encontrándose otra vez el hotel totalmente ocupado, tuvo que alojar a infinitos autobuses con infinitos turistas cada uno.

-Jorge, ¿cómo se resolvía esa parte?
-Ahora mismo, aquí, no me acuerdo. Pero creo que estaba relacionado con asignar números primos a los que llegan en los autobuses.

Tras pensar durante un rato y sin conseguir recordar la solución original, Jorge propuso una solución y yo otra diferente. Cada una tiene sus ventajas y sus inconvenientes, pero os dejamos que meditéis el problema un par de días para ver si conseguís aportar un método mejor que el de Jorge o el mío.

Foto: "Everything's bigger III" de MightyBoyBrian.